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La muerte de mi abuela.

Me encontraba en mi casa, acostada en el suelo y encima de una sábana lista para dormir. Cuando de repente empecé a llorar sin consuelo alguno. Me acordaba de cuando me dijeron que tenía cáncer. Me acordaba de cuando empecé a sentir cada estrago de esa enfermedad. Me sentía sin aire, sin esperanzas. Sentía miedo de dejar a los míos, o de que los míos se olvidaran de mí. Me esperance por segundos y me dije: ¡Tú puedes más que eso! Luego recordé, que era el ejemplo de mis hijos, y me propuse luchar hasta que el tiempo decidiera que hacer conmigo. Lloraba tanto y tanto, que peleaba con quien estuviese a mi lado. Me negaba a aceptar que en algún momento partiría de aquí. Estuve horas tirada en el suelo sin pensar en nada, salvo por el pensamiento de en qué rayos podía pensar. Me quede dormida de tan cansada que me dejo la lucha con mis sentimientos. Y cuando desperté todo había pasado. Me levante confundida, desorientada. Me prepare algo de comer y al mínimo segundo de haber terminado, mi hermano llegaba a mi casa. No llegaba para saber de mí, no llegaba a visitarme. Solo llegaba a decirme que ella ya se había ido. Mi abuela… Por la que tanto llore la noche anterior. Pregunte a qué hora había fallecido. Falleció en el mismo momento en que no podía dejar de llorar, falleció en el momento cumbre de mí desesperación. A la misma hora en que me encontraba en el suelo, sin consolación. De alguna manera me sentía afectada. Son de esas cosas que no crees que les pasaran a personas tan cercanas. Sentía su enfermedad como mía. Sentía lo que pensaba, lo que soñaba como si yo fuese ella. Ella solo se proyectaba en mí, me dejaba sentir lo que ella quería. Esto era cosa de telepatía, me dejo creciendo como rosa en agua fría. Y ella solo se fue volando, como un tierno colibrí. Cuando fui a su casa ya ni sentía. Vi a los demás dolidos y no sabía en dónde meterme, pues todos lloraban, y yo solo los observaba con temor. Temía por los sentimientos que alguno de ellos pudiera sacar de mí, temía por el desconsuelo que sentiría mi abuela al verlos a todos por mis ojos. Al otro día, cuando llegue al velatorio mi vi en ella. Me sentí como ella. En paz. Me sentí que había vivido lo suficiente. Sentí que ella se estaba viendo, y se sentía en esa paz en la que me hacía sentir a mí. Luego amanecí en ese transe sonámbulo, en eso a lo que le llaman sueño, y la vi. Luego de eso jamás volví a saber de ella, salvo las veces en que me miro al espejo y sonrió sabiendo que ella aun esta ahí.


©Derechos de autor, Sheila Rosa Castro – 2013

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