Es
muy difícil acoplarse a algo que ya no está, sin embargo es más difícil
acoplarse a algo que sigue presente y ya no es como solía ser. Notaran que en
ocasiones mis palabras puedan diluirse al pasar la época del olvido, pero aun
así no desaparecerán, porque aun no hay olvido en mi cabeza, y aun no hay
manera de poder sacar lo que está en mi, y lo que alguna vez fue de mi
pertenencia. Suelo sentarme en el banco
del llanto desde que me fui, desde que me echaron. Veo bajar cada lágrima por
una mejilla llena de sucio, un rostro lleno de tristeza y mis ojos llenos de
decepción. Cada gota en mi cuerpo anunciaba la llegada de un mes más, una razón
más para mirarme y saber que volví a ser la misma de antes. Sin sentido, sin
una visión. Y es que no se podía esperar más de aquel hombre elegante, ya saben
lo que dicen de esos tipos de hombre, son tan seguros, que su misma seguridad
causa inseguridad dentro de cada palabra. Se sienten poderosos con sus relojes
caros, y su ropa de Armani, sienten que tienen el mundo a sus pies, y que gira
mientras caminan encima de él. Pero solo quien esté pasando por lo que yo,
sabrá como lidiar con ello. Los hombres así no solo se encargan de humillar,
también suelen tener varias amantes, una cada mes, una en cada instante… Yo… yo
fui la del noveno mes. Nueve meses después de haber tenido éxito lo conocí. No
era un tipo común, no. Él era increíble, nadie podía decirle que no, nadie
podría decirle algo que no quisiera escuchar. Me aventure, me aventure con un
hombre al que le gustaba apostar. Empezamos apostando una cerveza, y luego
termine en su auto. El conducía mientras yo me desvestía, pensando en que sería
una noche maravillosa. Pero él no era común, llegamos al callejón en donde
ambos sentíamos miedo. Comencé a dudar sobre el rumbo incierto que teníamos, pensé
que iríamos a su casa, y luego fue ahí donde lo note, me he confundido, me tope
con el hombre equivocado. Me tope con el hombre elegante que recoge mujerzuelas
y las deja muertas en la calle. Me aventure hasta morir, me aventure a apostar,
y he apostado mi vida. Aun sigue escondido en aquel cajón, y mientras esté viva
seguirá en su mismo sitio… acuérdenme antes de morir abrirlo, para así desechar
lo que una vez fuese de mi poder… Que malos recuerdos aquellos, como sentía el
vaivén de cada problema, uno se iba y al rato llegaba uno nuevo, con una nueva
perspectiva, y un gran sufrimiento.
©Derechos
de autor, Sheila Rosa Castro – 2012
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