No
lloro porque me haya dejado. Lloro porque sé, que me dejara. Me dejara con las
ganas de ser suya todas las noches, me dejara con la acostumbrada forma de extrañar.
Me dejara con el sollozo de cada frio al amanecer, con su sonrisa impregnada en
mi mente, en mis ojos. Y mis ojos…mis ojos se quedaran secos sin él. Tiemblo al
saber que estaré sola una vez más. Tiemblo al temer lo que temo, y si no
temiese tanto este temor, no estaría repitiendo la misma redundancia a cada
segundo, en busca de un resultado menor. Ya quisiera yo que mis temores fuesen
menores. Ya quisiera yo, que él no estuviese en mi mente, en mi piel. Pero lo está.
Lo está y eso es a lo que más temo. A que su briza dañe lo que está por
terminar. A que el viento sople lo que hemos construido, temo a lo que no se, y
temo a lo que no me atrevo a pensar. Vuelvo a escribir por él. Vuelvo a poner el
ancla antes de ver la tierra. Vuelvo a luchar antes de su partida. Vuelvo a
llorar por mí querer. Y es que no lo quiero. Lo amo. Y es que no quiero estar
con él. Quiero estar dentro de él y que el este dentro de mí, no quiero que la
costumbre mate cada esperanza que tengo abarcada en él, en la vida. Y Siendo la
vida algo incognito y duradero, temo decir que mi vida es el. Y temo decirlo
porque es el quien me controla, quien sabe lo que me gusta, y lo que no, lo
explora. Es el, el que al final de cada noche, me hace su mujer…
© Derechos de autor, Sheila Rosa Castro – 2012
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