Jamás
había visto un cielo tan estrellado como esa noche. El viento susurraba los
viejos mitos de aquellos que alguna vez existieron para luego dejarse morir. A
mi lado, el capitán del barco, me consumía a besos, mientras mi corazón se aceleraba,
y mi piel vistiéndose con piel de gallina, sentía las más tierna cosquilla que jamás
en la vida me había abarcado. La noche prometía ser vieja dentro del cuerpo de
un joven. Los sentimientos deberían haber sido la clave de lo que estaba por
acontecer. Todo lo contrario se volvió justo. Y todo lo justo, dejo de tener
sentido para él. Estábamos tan solos, que cualquiera hubiese podido escuchar
cada pensamiento que viniese de nuestra mente. No hacía falta cerrar los ojos
para sentirme acompañada, el estaba ahí. He vuelto a nacer, un yo alterno ha decidido
ser el rey de mis tormentos, he decidido ser lo mejor que hay en este mundo
para él, porque lo merece, porque lo añora, porque sabe que al final, por mas tonterías
que salgan de mi boca, mi cuerpo estará estremeciéndose con el suyo, en ese
dulce vaivén.
© Derechos de autor, Sheila
Rosa Castro – 2012
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