La
muerte la perseguía, tanto aquí como allá. El amor de su vida, por quien ella solía
respirar ha muerto. De ahí en adelante ha dejado de vivir, de ahí en adelante
por más que su novio estuviese a su lado, era otra. Y se preguntaran, ¿Qué novio?,
pero es que no siempre, el amor de tu vida está ahí, contigo. No siempre el
amor de tu vida es con quien debes estar. Tantas noches que lo pensaba, tantas lágrimas
que derramaba, la hacían ver impotente, inútil. Aun así llorara, aun así
sufriera por el jamás regresaría, jamás estaría a sus pies. De momento se
encontraba ella en su cama, postrada en un solo eje. Con la mano en donde solía
estar su corazón, la mirada tiesa y fría como un cadáver, el sollozo intenso de
su perdida y… al caer su lagrima, entro un gran viento por la ventana, soplando
todo lo que había, asustada y frígida, se da cuenta que ahí estaba el. Atónita,
lloraba y lloraba, no podía resistir el mal sabor que le había dejado su
perdida. Mientras él la acariciaba, la postraba nuevamente en la cama, y la hacía
suya una vez más. No hacía falta estar muerta para dar su alma con la suya, no hacía falta sentir su
piel para saber que era él. Sin duda alguna era el amor de su vida, sin duda
alguna estaba dispuesta a irse en una decisión frívola, en una decisión que
implicaba amarrar a uno y soltar al otro. Confundida, y sin poder entender, ve
como el amor de su vida se va tan fugaz como el parpadeo de sus propios ojos. Dejándola
con algo más que una noche de placer, dejándola con algo en su vientre, dejándola
con una segunda oportunidad de vivir, pensando en el.
© Derechos de autor, Sheila Rosa
Castro – 2011
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