Me
encontraba bajo sus cálidas sabanas, mientras su lengua rozaba mi pecho, y sus
dedos conocían mi zona rural. Pareciese como si hace años no nos encontráramos.
El sudor era algo más que salado, tenía sabor a deseo. Sus gemidos eran algo más
que sonidos, eran melodías. Nos movíamos como la marea, de afuera hacia adentro
y viceversa. Era una noche de magia, era perfecto. Al terminar, cada mirada se hacía
lejos, cada caricia se dejaba de sentir, poco faltaba para voltearme y ver el
dinero encima de la mesita de noche. Y ahí fue cuando entendí, que no hacía
falta cercar mis labios para decir un “te amo”. Mi piel lo había hecho todo,
mis manos hablaron por mí. Mi cuerpo expreso lo que sentía, sin embargo no lo
que pensaba. Nunca se piensa, en esos momentos jamás me verías pensar. Es por
eso que mis labios brotaron un “te amo” inconcluso al final de aquella noche
pasada, sin recibir respuesta alguna. Qué momento tan horrible, expresarte de
esa manera y recibir un nada, ni siquiera una mirada, solo un nada. Pero hoy,
hoy es caso aparte. Hoy no hablo yo, hoy habla el viento, hoy habla el
reencuentro de dos almas de ambulantes. No hay arrepentimientos, no siento vergüenza
ajena. Solo siento al cerrar mis ojos, tu amor a manos llenas. Quisiera volver
a verte, acariciar tu dulce piel una vez más. Pero sería mucho pedir, aun así
me hayas acostumbrado a terminar en tus brazos, aun pasen años con este deseo
secreto y una mirada desierta, tratare, tratare irme lejos de ti.
© Derechos de autor, Sheila Rosa
Castro – 2011
Comentarios
Publicar un comentario