Moriría dos veces antes de volver a dejarlo ir, moriría dos veces antes de ver su cara por última vez, no tendría miedo de morir si está conmigo, si me apoya como lo suele hacer. Me ama, y sé que me ama, porque es capaz de tenerme a lo lejos aun sepa que mi corazón es de él. Me ama porque sí, me ama porque lo sé. El me ama, y aun así no me lo diga, sé que es así, porque no hacen falta palabras para saber de qué se trata. Aun le pertenezca a otro, aun no sea completamente de él, me ama, me ama y lo sé. No necesito mirarme al espejo, porque de verlo siento mi reflejo. Es algo tan maravilloso, tan duradero, que siento temor de no poder tenerlo. Tanto brilla en mi, tanto suele acaparar mi atención, será mi rey en algún momento, será mi comandante mi tormento, será aquel que me toma por la mano y muestra lo que hay más allá de su cuerpo. Porque me basta saber que además de haber ganado la batalla, gane todo un reino, gane un príncipe aun así en estos momentos se disfrace de plebeyo. Por algo sigue siendo su hijo, por algo aclamo por su nombre, aclamo por quien es. Si fuese solo uno más, pero no lo es, si fuese alguien insignificante, si fuese alguien sin poder reconocer. Pero no. Es el, solo es él, y me basta con que sea él y no cualquiera. Porque ambos nos hemos acostumbrado a la fantasía, nos hemos envuelto en la manta de la alegría de la necesidad y la mañana fría. Sobre todo sé que me ama, porque lo acostumbre a vivir de la filantropía.
© Derechos de autor, Sheila Rosa Castro – 2011
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